Fin de semana triste.

No voy a extenderme mucho. Invito a que cada cual utilice su propio criterio y descernimiento, para evaluar lo que está sucediendo con Manos Limpias y con Ausbanc, pero sí quiero deciros a todos que hoy me siento menos libre y más insegura que hace cuarenta y ocho horas. 

La horrorosa práctica de la "pena de telediario" que se ha instalado en este país, con el impagable apoyo de la inmensa mayoría de los medios de comunicación -Intereconomía, como siempre, marca la diferencia-,  prestos como nadie a hincarle el diente a "quien proceda", sin el más mínimo atisbo de consideración ni aplicación del principio constitucional de presunción de inocencia, se ha convertido en una práctica habitual que ningún gobierno de turno parece dispuesto a erradicar. ¿Será porque unos y otros obtienen buenos réditos de semejante canallada, según les convenga? Tal vez.

Ningún delito debería ser perseguido ni expuestas las personas, sujetas a investigación, al linchamiento de la turba a golpe de telediario y furibundas columnas y titulares repletos de "supuestos", "entrecomillados" y divagaciones, cuando no falsedades, calumnias y difamaciones que se amontonan en una pira de letras en la que se abrasa hasta las cenizas la reputación de las personas elegidas como blanco del vómito que ellos se empeñan en llamar "artículo". 

Así no se imparte justicia. Esos métodos nos están retrotrayendo, poco a poco, al "Reino del Terror" y a  la Francia de Danton y Robespierre, época repleta de horrorosas actuaciones y brutalidad que ha quedado para la Historia, en la que después de guillotinar al "reo", exhibían su cabeza en la picota, a mayor deleite, disfrute y solaz de la canalla que abarrotaba la Plaza de la Bastilla, para contemplar y comentar el espéctáculo.

Cierro esta entrada con un enlace a Mercado de Dinero, (aquí) con cuyo contenido me solidarizo, y con un poema del pastor luterano Martin Niemöller. A nadie debería pasarle por alto ni una de sus sílabas.

Tengo para mi que ya estamos en eso.