En la muerte de Rita Barberá.

Una bestia anda suelta. Ávida de sangre e inmisericorde, nadie parece querer controlarla. Inmune a cualquier impulso de compasión o de ética, campa a sus anchas y su voracidad va en aumento. Carroñera y repugnante, se alimenta de sus víctimas,previa y convenientemente servidas “a la carta”,  destrozándoles a dentellada limpia la dignidad, y hasta la vida, en un proceso que resulta ser generalmente largo, extremadamente cruento y extraordinariamente doloroso.  “Pena de telediario”, la llaman. Actúa protegida y amparada por la  “Libertad de expresión”, en estrecha alianza con ese otro aliado del demonio llamado “Cuarto poder”, que bajo el marchamo de “periodismo”, aglutina algunos especímenes que conforman  lo peor de la condición humana.

En las últimas horas, esa “bestia informativa” se ha cobrado una víctima cuya pérdida lloran ahora, como fariseos, muchos de los que antes cortaron y sirvieron su cabeza como pitanza, para que fuera lentamente devorada por la fiera.

Ayer murió Rita Barberá a consecuencia de un infarto de miocardio. Nuestras sinceras condolencias para su familia y amigos. Quienes, lamentablemente, conocemos muy de cerca  las terribles consecuencias del sufrimiento por stress continuado en personas con padecimientos coronarios, o proclives a ellos por cuestiones de biología, no podemos sino vincular el infarto sufrido por Barberá con la situación de acoso y derribo a la que ha estado sometida durante estos dos últimos años, por la referida "bestia". Pero, además, y con mayor motivo, aquellos que sufrimos  en nuestras propias carnes el dolor que produce las dentelladas y los zarpazos de los mass media, -y, aquí naturalmente me estoy refiriendo al colectivo que componemos los perjudicados por la salvaje y desproporcionada inervención de Afinsa y Fórum Filatélico-, no podemos sino compadecernos por el tormento de quién, más allá de consideraciones políticas, ha resultado ser, muy probablemente, víctima mortal de una campaña de acoso y derribo que se la ha llevado de este mundo convertida, a efectos de opinión pública, en la mayor corrupta del Reino de España, aún sin haber llegado a ser previamente juzgada, ni condenada, por delito alguno.

La sociedad española está descendiendo a  profundos niveles de degradación en lo relativo a saltarse el respeto que se debe a la honorabilidad, dignidad y privacidad de las personas.  Todo vale para ser expuesto en la plaza pública, a mayor solaz de la muchedumbre que devora los telediarios cada vez más necesitada de ese “chute en vena” novedoso que les haga soportar mejor sus tediosas jornadas; de esa última noticia tremebunda, increíble,  que poder trasladar y comentar  “en primicia” a la hora del café, la misma que sirva poseriormente de “inspiración” para que, en ocasiones, cientos, miles de desalmados escriban insultantes, ofensivos, descarnados y sarcásticos comentarios en blogs, whatssapps o twitts, contra una víctima que no se podrá defender porque el libelo, la mentira, el ataque, el agravio y la difamación están amparados por  la “libertad de expresión”  o por el “sacrosanto” ejercicio de una profesión que, en algún momento, debió de ser digna pero que se ha convertido, salvo limitadísimas y honrosas excepciones, en un lodazal de mugre, en el que se revuelcan como puercos,  legiones de hambrientos mamporreros juntaletras, más preocupados por lamer la mano que les da de comer, que por hacer de su profesión una herramienta de comunicación digna que beneficie, gracias al rigor en la difusión de la verdad, la marcha de nuestra sociedad.

Según dicen, fue la hoy vicepresidenta, Soraya Sáenz de Santamaría quién dio a luz a la bestia. Al ponerle nombre y arrojarla al exterior en una rueda de prensa,  con su denuncia hizo pública y visible la existencia de esa “pena de telediario”; killer insaciable que, si bien ya existía, una vez ha sido validada y consensuada gracias al habérsele asignado nombre propio, ha crecido de manera exponencial, adquiriendo una fuerza aniquiladora que ya parece imposible de controlar.

 “El fallecimiento de Rita Barberá –dicen ahora muchos de los periodistas y tertulianos que la lincharon y trituraron en vida- entre los últimos también se cuentan algunos compañeros de su propio partido- debe servirnos para  reflexionar sobre algunas cuestiones y especialmente sobre  el papel de los medios de comunicación”. Hipócritas. Fariseos. La “pena de telediario” existe porque conviene, y porque se consiente que los medios de comunicación, siervos rendidos y entregados al poder, actúen a las órdenes de la voz de su amo; porque, en ocasiones,  aún estando la causa bajo secreto de sumario, muchos de los detalles que se filtran sobre un investigado han sido previamente “deslizados” a la prensa por algunos jueces y fiscales, al frente del procedimiento en cuestión, para su machacona difusión, y  porque, en cuestiones de manipular, difamar y mentir a conveniencia  todo vale, tanto para aquellos que ponen en marcha el ventilador para esparcir basura mugrienta, previamente fabricada, como para aquellos que, trufados de morbo, la consumen. 

Digámoslo: la difamación, el escarnio y el morbo  tienen tirón, son negocio, y han llegado a España para quedarse. La noticia rigurosa, verificada, contrastada y ponderada, en todas sus vertientes ha dejado de existir, para mayor beneficio de algunos políticos y determinados estamentos del  poder, que  no dudan en servirse de aquellos que están prestos a bailarles el agua y hacerles el juego.  En los tiempos que corren, vincular la tarea de algunos que muestran el carnet de “periodista” con la deontología profesional, inherente al periodismo de rigor, es un ejercicio de cinismo que produce hilaridad. Para desgracia de la sociedad española, la profesión de periodista, en general, se ha prostituido y vendido a determinados poderes fácticos, políticos, judiciales  y económicos.  Esto es un hecho constatable. Sin más.

Con la muerte de Rita Barberá, no se va a abrir proceso de reflexión alguno, porque aquellos a quienes les corresponde poner coto y fin a esta práctica desgarra carnes se sirven de las dentelladas de la bestia para sus fines espurios, digan ahora lo que vengan a decir y se rasguen las vestiduras que, públicamente, se vienen a rasgar y porque nosotros, la sociedad desvalorizada, erigida en juez implacable seguiremos ajusticiando en la picota del escarnio público a la víctima propiciatoria  elegida para el caso con el derecho que, para semejante canallada,  nos ha sido otorgado por la mal llamada y mal entendida,  “libertad de expresión”. 

No es “reflexionar” lo que necesitamos, sino actuar. Decir ¡basta!. Pedir a voz en grito  la puesta en marcha de cambios inmediatos que permitan la independencia de los poderes del Estado en sus tres vertientes, ejecutivo, legislativo y judicial, y que se acote, de una vez por todas, mediante disposiciones legales, el salvaje e inmenso poder de los medios de comunicación, en todas sus vertientes,  sin dejar fuera de ese “embride legal” aquellas noticias y comentarios que son difundidos de forma viral, sin control ni inhibición moral o cortapisas de ningún tipo, a través de internet.